lunes, 8 de agosto de 2016

«Cosmopolis» - Don DeLillo: El sueño de la razón produce monstruos

Cosmópolis es una novela con muchos matices, y que se puede analizar en varios estratos. Hagámoslo centrífugamente:

El protagonista, Eric Michael Packer, se nos presenta como un millonario de 28 años bastante contradictorio: culto e infantil, caprichoso y meticuloso. Esta alternancia entre lo divino y lo humano se dan constantemente en la novela. De hecho, la misma empieza con dos líneas narrativas: la apuesta de todo el dinero contra una moneda (el yen) y la decisión de cortarse el pelo (llevándolo ya corto) un día en el que se prevén altercados en toda la ciudad.

Tenemos por una parte el sexo más salvaje y despreocupado; por otra charlas filosóficas acerca del arte y el mercado; valga como ejemplo la mención de Eric de dos ascensores en su casa: uno con música de Satie; otro de Brutha Fez (un rapero). En Cosmópolis (¿o en el capitalismo?) lo pesado cae por su levedad y lo leve por su propio peso, como diría Kundera.

No es nada casual la inclusión del arte de Rothko, al que se asocian conceptos tanto de vacío como de lo sublime. Y es que, como ocurre con Eric, lo sublime y el vacío están en continua fricción y el sueño americano, que aspira a todo, desemboca en la nada.

Eric está en una crisis personal. Su matrimonio no funciona, el dinero no le llena. Su posición privilegiada económicamente le ha llevado a un hartazgo ya que le impide vivir con autenticidad. Por eso el viaje iniciático, descubrimos más tarde, tiene mucho de intentar re-conocerse, de identificarse en su pasado. La peluquería a la que quiere ir es a la que iba cuando era niño con su padre, cuando vivía en uno de los barrios más humildes (y peligrosos) de ¿Nueva York?

Sentimos empatía por Eric; aunque también logre ser despiadado, no dejamos de ver en él un ser herido que se juega la vida a una carta con tal de despertar de su tedio existencial.
El uso del narrador equisciente es clave en esto, ya que nos aísla en los pensamientos de Eric para con el resto, tal y como lo hace su limusina blindada.
Esta visión solipsista (“Cuando muriese, no sería su fin. Sería el fin del mundo”), que encierra la misma condición capitalista y mercantilista del mundo, hace que nos enfrentemos a la noción del “otro”.
La relación de Eric con “el otro” es por lo general superficial, de indiferencia. Fantasea con tener sexo con todas las mujeres que aparecen en la trama; asesina a su guardaespaldas, Torval, en lo que parece ser al mismo tiempo un descuido y una búsqueda demencial de nuevas sensaciones; y también llora por la muerte de una estrella del rap. Este contrapunto viene a reafirmar lo contradictorio del personaje que mencionaba antes. Todos-los-demás-que-no-son-Eric parecen personajes de pega, que podrían ser intercambiables, parte de un decorado.
Estos son personajes pertenecientes a la clase alta. El resto están destinados al exterior del vehículo, quedando en un perverso segundo plano autoconsciente.
No obstante, como le dirá Sheets/Levin al final: “En el mundo no hay más que otras personas.”

Un espectro recorre el mundo. El espectro del Capitalismo.

En cuanto al mundo que habitan estos seres, nos encontramos con una novela post-11s de tintes casi-apocalípticos. Una sátira que transcurre en un día (como el Ulises) y cuyo motor principal parece ser un motivo tan banal como cortarse el pelo. Se enmarca en el presente (el año 2000) para criticar el capitalismo imperante en las sociedades desarrolladas todavía vigentes.

El mundo es una interminable carretera, los coches se arrastran lentamente como si fueran transacciones. Así como en la novela Neuromante Gibson describía un futuro en el que las multinacionales eran tan reales y tangibles como otro ser humano (o más incluso), en Cosmópolis Delillo dibuja un mundo, también distópico, en el que cada elemento podría ser equiparable a uno de La Bolsa. De hecho, se especula con los humanos como con las acciones. Los movimientos del mercado se anticipan a lo demás, se vuelven predecibles, de ahí que en varios momentos Eric vea el futuro a través de pantallas, visualizadores digitales.

Los valores de este modelo económico, al menos para los que no han sido devorados por él, son muy cercanos a la psicopatía y a la inmoralidad, como cuando Eric y Kinski analizan el suicidio a lo bonzo de un peatón de manera estética, totalmente frívola y sin sentir la menor compasión.
La lógica extensión de los negocios es el asesinato”, una de las frases que se dicen en el decurso de la novela. La demonización del sistema financiero y el capitalismo salvaje es aquí evidente, al que no se le da la oportunidad de redención y de mostrar ese “rostro humano” con el que muchos- todavía- se consuelan.

La novela que nos ocupa fue escrita tras la “Burbuja puntocom”, y en los inicios de una crisis financiera cuyos resultados se podían intuir ya con poner una pizca de pesimismo a cualquier intento de conocer el futuro inmediato.
En una parte de la novela se dice que “esto es una manifestación contra el futuro. Lo que quieren es aplazar el futuro, normalizarlo, impedir que arrolle el presente”.
Podríamos decir lo mismo de la novela de Delillo, ambientada en el tiempo en que fue escrita, que lo que quiere es impedir ese futuro en concreto, ese futuro que trece años después no dejamos de ver calcado en cada sociedad “respetable”, y que como tal, no se dedica a leer por costumbre, y menos a autores como el presente.

Era mi segundo contacto con una obra de Delillo y esta vez el resultado ha sido todavía mejor. El escritor estadounidense tiene una prosa ligera y profunda al mismo tiempo (he consultado el texto en inglés original), que habla de temas contemporáneos y objetos tecnológicos que en manos de cualquiera que no sea Delillo serían de todo menos bellos. Es admirable cómo consigue dotar de ritmo una prosa que reúne terminología financiera impenetrable y verborrea artificiosa sin llegar a aburrir o alejar al lector.

El saldo es muy positivo y no consigo sacarme de la cabeza los temas planteados. Delillo juega con su prosa a lo que Rothko: o lo sublime o el vacío (cada uno tendrá su opinión). En mi caso no hace falta decir que me quedo con lo primero.

Una obra que ilumina nuestros tiempos, oscuros, y cuya idea comparto: la búsqueda de lo sublime del capitalismo nos precipitará al abismo.

Cosmopolis (David Cronenberg, 2012) es una adaptación que responde a los nuevos tiempos.
Hay un cambio muy sutil pero que es toda una declaración de intenciones: en la película, la moneda contra la que apuesta toda su fortuna Eric no es el yen, sino el yuan, ante la más que probable e inminente crisis de la economía china. Esto habla de la adaptación como de una elección ético-moral, no solo se adapta a una película sino a los nuevos tiempos, a los nuevos desafíos globales.
Para suplir la ausencia del narrador equisciente, lo que hace Cronenberg es situar la acción la mayor parte del tiempo en el interior de la limusina. Si en la novela el exterior se describía con detalle, en la película el exterior queda desenfocado, cuando no fuera del plano, lo que refuerza esa idea de aislamiento solipsista de la novela que nos transmitía el narrador y que aquí se hace eminentemente de manera visual.
Se han eliminado algunas escenas, como la del encuentro final entre Eric y su esposa, que en la novela teñían de algo parecido a la esperanza ese último tramo. En este caso se sustituye por una emotiva despedida con el chófer del taxi.
A diferencia de la novela, la duración de las escenas y de la película hacen del “día solar” (en términos de la Poética de Aristóteles) en que discurre algo más verosímil. El de la novela se alarga quizá en demasía aunque contenga más niveles interpretativos.
Eric es mostrado más vulnerable pero también más cruel.
La ausencia de “Las confesiones de Benno Levin”, cosa por otra parte, lógica, dado lo complejo de su integración en el formato fílmico, hacen del final algo más abierto que el del libro, aunque ambos se suspenden en el mismo momento: cuando Eric y nosotros esperamos a que Benno accione el gatillo.

Podemos decir sin temor a equivocarnos que se trata de una adaptación ejemplar, en la que los cambios y los añadidos no pervierten el original sino que en todo caso lo complementan. El director canadiense da con el tono de la novela y lo mantiene dando el mismo peso que Delillo a los diálogos, punto fuerte de ambas obras.

Si Delillo comienza su novela con un verso del polaco Zbigniew Herbert, yo haré lo mismo pero para terminar con un fragmento del mismo poema, Informe de la ciudad sitiada (traducción de Florian Smieja):
escribo- no sé para quién- la historia del sitio
debo ser preciso pero no sé cuándo empezó la invasión
hace doscientos años en diciembre en septiembre quizás ayer al alba

Al alba de un día de abril del año 2000

domingo, 12 de abril de 2015

«The Great Gatsby» - Francis Scott Fitgerald: (dos fragmentos)

"I couldn’t forgive him or like him but I saw that what he had done was, to him, entirely justified. It was all very careless and confused. They were careless people, Tom and Daisy—they smashed up things and creatures and then retreated back into their money or their vast carelessness or whatever it was that kept them together, and let other people clean up the mess they had made..."

"On the last afternoon before he went abroad he sat with Daisy in his arms for a long, silent time. It was a cold fall day with fire in the room and her cheeks flushed. Now and then she moved and he changed his arm a little and once he kissed her dark shining hair. The afternoon had made them tranquil for a while as if to give them a deep memory for the long parting the next day promised. They had never been closer in their month of love nor communicated more profoundly one with another than when she brushed silent lips against his coat’s shoulder or when he touched the end of her fingers, gently, as though she were asleep."